Un vino también se puede valorar por su aspecto, ya que su color, tono, claridad y transparencia nos hablan de otras características y nos ayudan a descubrir su calidad.
Para analizar un vino debemos fijarnos en tres aspectos visuales:
Dentro del color, debe valorarse el tono, vivacidad e intensidad.
El tono es el color preponderante que percibimos a simple vista y tiene distintas posibilidades según sea tinto, blanco o rosado.
Vinos tintos: los tonos van desde el rojo más violáceo hasta el púrpura, el rubí o el granate, y el teja en los más añejos.
Vinos blancos: pueden percibirse variaciones de color que van desde el verde claro pasando por el pajizo, al amarillo dorado y al ámbar.
Vinos rosados: abarca la gama de los tonos salmón, frambuesa, grosella o clarete.
Los tonos o matices varían según los compuestos colorantes que tengan, el Ph y otras variantes como la edad del vino ya que cuanto más añejos son, más oscuro es el color. En los tintos tiende hacia los marrones y en los blancos hacia los dorados.
Cuanto más vivo es el color, más ácido y más joven suele ser el vino y si tiende a los marrones, suele tener cierta edad.
Si hablamos de vinos blancos y el color tiende a oscurecerse, posiblemente es porque está más oxidado.
Es la capacidad de transmitir la luz del color. Si el color está muy saturado, decimos que es intenso, si lo vemos pálido decimos que está poco saturado o que tiene poca intensidad. En los vinos tiene que ver con la cepa, con el terreno en donde se ha desarrollado, con el grado de madurez, etc.
Existen también otros aspectos relacionados con el color como la limpidez, transparencia, fluidez o efervescencia.
Si el vino tiene muchas partículas en suspensión, se considera turbio y esas partículas pueden generar posos que se depositan en el fondo de la botella (se conocen como tartratos cristalizados).
Tiene que ver con la cantidad de materia colorante natural que posee el vino. Si esta es escasa, se percibe como muy pálido o transparente (se aprecia mejor en los vinos blancos).
Es esa característica que se percibe al hacer girar el vino dentro de la copa. El movimiento envolvente deja gotas y huellas de distinta densidad según el contenido de alcoholes de un tipo u otro en el vino (etanoles dan gotas y huellas más pequeñas, y gliceroles, más amplias). Si además el vino es dulce, es decir que contiene azúcares, esa densidad aumenta.
Es una característica propia de los vinos espumosos y está relacionada con el anhídrido carbónico disuelto en el vino. Se considera de mejor calidad un vino espumoso que al servir revela unas burbujas pequeñas y homogéneas.
Para finalizar, te contamos que la mejor manera de completar este análisis de los vinos, obviamente es probándolos, ya que al catarlos descubrirás sus sabores escondidos, sus aromas y su textura.
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